sábado, 4 de febrero de 2012

Introducción

Y pasan los días, en los que aquella anciana de blanco pelo, sentada en esa vieja silla enmohecida por la humedad y el paso del tiempo... se mece con la vista permanente en la ventana. Sus manos temblorosas no le permiten dejar de pensar que el tiempo ha pasado y que poco a poco sus fuerzas van desvaneciéndose.
Junto a ella, una fría y pequeña mesa de mármol, en la que un pequeño marco de bronce, hace de la memoria de esta mujer, un burdo recuerdo del que fue el único hombre que haya amado. El frío del invierno, va adentrándose por todos los rincones de la pequeña habitación. La anciana con sus manos temblorosas, coge la foto y queda mirándola fijamente... poco a poco, sus ojos van cerrándose, con el único recuerdo de aquel hombre entre sus pálidas manos. La expresión de la cara de esa mujer no era de frío o dolor, sino de paz. Paz quizá, por la tranquilidad con la que se había ido.. y así, esta mujer, quedó dormida para siempre, en aquella vieja silla, con el recuerdo más bonito que se pudiese llevar en la memoria. 


La memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados.